viernes, 2 de enero de 2009

6 – Contame una historia

Me llama la atención la facilidad confesional que ostentan la mayoría de los pasajeros. Cuando yo estaba de ese lado del auto, advertía claramente el momento en que el taxista de ocasión inducía a entablar algún diálogo. Y hasta ahora creía que la “invitación” a hablar por parte del chofer era casi decisiva para allanar ese contacto entre dos desconocidos. Pero no siempre es así: muchos pasajeros (¡y varias pasajeras!) sueltan una primera frase –así, de la nada– que predispone al monólogo o al diálogo.

Ejemplo 1: una mujer de unos 28 años sube al auto algo apurada. Mientras se va sentando, arremete sin anestesia: “cuando lo encuentre a este imbécil, se le van a terminar las ganas de seguir molestando”. Giro mi cabeza hacia la derecha, con una mirada que refleja haberme perdido varios capítulos. Y ella, sin inmutarse: “seguimos por ésta, yo le aviso (pongo primera y avanzo); pero qué bárbaro, ¿a usted le parece?” La miro por el espejo retrovisor para tratar de sintonizarla. “Mi marido, bueno mi ex marido, ya no sé… Yo notaba que había algo raro; le empecé a revisar los bolsillos, la agenda, el teléfono, y ¡claro!, tiene otra mina. Doblamos en la próxima (lo hago) y seguimos siete cuadras. Quiero ver si el auto de él está en la puerta de la casa de ella, porque ni siquiera es prudente. No se puede ser mentiroso y desordenado. Y si hay alguien desordenado, ése es Cacho. Se llama Ricardo (y me dice el apellido), pero todos lo conocen como Cacho. ¿Y ella cómo lo llamará? No, no me quiero ni enterar. Con lo que sé es más que suficiente, pero ahora el desorden se lo va a tener que bancar ella, porque a mí el doblete no me va. Quiere estar con la otra, ¡muy bien, pero vamos a arreglar todas las cuentas! ¡Todas!”. (De más está decir que me cuenta pelos y señales de “la otra”, y me habla de la moral, del matrimonio y de las recomendaciones que le hizo su abogado). “¡Cómo te equivocaste, Cacho! ¡Y cómo me equivoqué yo! Vaya a saber desde hace cuándo que… buenos usted ya sabe… A ver, a ver, vaya despacio por esta cuadra… Ella vive en (y me dice la dirección exacta, con piso, departamento y todos los chiches). Ahí, ahí está; es el auto rojo, con patente (y me relata las letras y números de la chapa que estoy viendo). No le digo… Pare acá. Cóbrese y quédese con el vuelto”. (Se baja gritando y yo me alejo, a riesgo de perderme la continuidad del escándalo).

Ejemplo 2: un cincuentón me hace señas, paro y sube. Me indica la dirección a la que nos dirigimos y, sin solución de continuidad, espeta: “usted se va a reír, pero ¿puede creer que recorrí cinco lugares y no puedo encontrar el repuesto para arreglar el lavarropas? Ahora me dicen que eso no se fabrica más, que la importación no sé qué, que la crisis qué sé yo… Siempre anduvo fenómeno el lavarropas, pero ahora resulta que no hay repuestos. Se lo había regalado a mi esposa para el cumpleaños (por supuesto, me dice la fecha, el mes, el año, dónde lo compró, en qué sucursal, en cuántas cuotas lo pagó, qué tarjeta de crédito tiene, el nombre de la esposa, hace cuántos años que están casados, los nombres de los tres hijos, qué hace cada uno y las descripciones de los nietos, además de asegurarme que desde hace mucho tiempo, en la segunda quincena de enero, todos los años alquilan la misma casita en Claromecó para ir de vacaciones). Y no sabe lo mal que me atendieron en casi todos los negocios. No me estaban haciendo un favor, sólo me tenían que atender bien. Así estamos, señor; usted se va a reír, pero ¿sabe lo que hace falta en este país? E-du-ca-ción, señor; con eso se arregla todo. Yo, si fuera presidente, soluciono todo en dos minutos”.
Cuando llegamos, demora en bajarse porque sigue esgrimiendo quejas y soluciones mágicas para todo. Por supuesto, después de que encadena varias frases, utiliza la misma muletilla como nexo: “usted se va a reír, pero…”. Para su desilusión, yo permanezco serio.

Ejemplo 3 (genérico): tanto ellas como ellos, más allá de su edad, ocupación, estudios, barrio y poder adquisitivo, tienen teléfono celular. Y en el taxi hablan por teléfono. Hablan de cosas privadas, como si el chofer fuera sordo o no existiera. Y así, sin querer ni proponérselo, uno se entera de amores, infidelidades, conflictos familiares, proyectos laborales, viajes, amistades, horarios, costumbres, secretos, deseos y enfermedades.

Está terminando la jornada. Recién le llevé el auto al dueño y todavía me espera el regreso a casa. Sueño con una ducha y algo rico para comer. Y ahora, mientras camino unas cuadras, disfruto del silencio…

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