miércoles, 31 de diciembre de 2008


5 – Cambalache

Se cumplió mi primera semana como taxista, con un balance muy positivo. Utilizo la palabra “balance”, porque justo estamos en una época del año muy propicia para estas referencias, y no me olvido de que hasta hace unos días vivía con la incertidumbre de estar sin trabajo.

Pasar a la categoría de desocupado, te transforma (casi) en un muerto civil. Uno podría suponer que el pelotón de fusilamiento viene de parte de lo que podríamos llamar “el mercado laboral”, “la sociedad”, o “el capitalismo salvaje”, y de alguna manera esto también es así, porque las exclusiones son por: a) mucha edad (algo parecido a viejo), o b) por conocimiento (sobrecalificación). ¿Pero, cómo; no pedían gente con experiencia? Sí, responden, pero este trabajo es muy poco para vos. Lo hago igual, dice uno que necesita laburar y pagar las cuentas. Bueno, cualquier cosa te llamamos… Y efectivamente NO te llaman y te consideran exactamente eso: cualquier cosa. Aclaramos que quien mantiene este diálogo con uno anda promediando la adolescencia extendida, su vocabulario no supera las veinticinco palabras, y el supuesto jefe que nos hubiera tocado también tiene veinticinco (pero años) y un flamante master en algo que lo eleva a diez centímetros del suelo y del resto de los mortales. De todos modos, lo peor que puede ocurrir no es esto, para lo que uno está relativamente preparado; lo más inquietante (por definirlo con cierta elegancia) aparece ligado a la gente que podría dar una mano y mira para otro lado, o que de repente se esfuma, y además no sabe y no contesta. Pero, Fulano…, ¿no es el mismo que hasta antes de ayer se comunicaba seguido y te elogiaba al borde de la exageración? Y Mengano…, ¿no es el mismo que cuando necesitó plata prestada o un laburito para la sobrina, utilizó el mail, chat, teléfono, moto, radio-taxi, paloma mensajera y correo postal para ubicarte? Y Zutano…, ¿no es el mismo que estaba deprimido y te pidió con desesperación que lo ayudaras a remontar la cuesta? Las respuestas tienen algo en común: ¡SÍÍÍÍÍ!
Y algo más: varios de los Fulano, Mengano y Zutano han buscado la manera de ofenderse rápidamente por cualquier tontería fabulada, una instancia que pretende invertir los tantos. No sólo no me puedo sentir herido por tanta indiferencia, sino que hasta se supone que debería pedir disculpas de rodillas por asombrosos hechos totalmente ajenos a mí.

Hasta hace algunas semanas mi celular sonaba veinte o treinta veces por día. Ahora la ecuación cambió: cada veinte o treinta días, quizás suena alguna vez. Durante todo el mes de octubre, por ejemplo, me llamaron en una sola oportunidad…, y era equivocado. Si no fuera angustiante, hasta podría ser gracioso.
Yo suponía que esta situación –la de volverse invisible para los ojos de muchos– iba a ser más interesante, pero parece que eso solamente ocurre en las historietas y las películas de aventuras.

Ahora estoy al volante, dispuesto a aprender con estas nuevas experiencias…

jueves, 25 de diciembre de 2008


4 – Pasional

Tanto ayer como hoy se subieron al taxi mujeres hermosas, escotadas, perfumadas, simpáticas y amables. Cuando yo tenía 18 años y manejaba mi primer coche, hubiera dado mi reino a cambio de que una sola chica como las que describí hubiera abordado mi automóvil. Evidentemente, por ignorancia, prejuicio, o falta de análisis, jamás imaginé las bondades del trabajo de taxista en este sentido. ¡A la vejez: viruela! Ahora resulta que estas damas bellas y cautivantes no sólo me hacen señas para subir voluntariamente al vehículo, sino que además me cuentan espontáneamente sus vidas con íntimos detalles, se ríen de mis chistes y encima me pagan.
Qué pena que no me di cuenta a tiempo, porque de ser así no me hubieran podido bajar del asiento del chofer ni con la fuerza pública.

3 – Alma de bohemio

Morocho de techo ponja
y estandarte libertario,
vas yirando por los barrios
a encontrar al peatón
que por langa, remolón,
bacán, snob, o colgado,
tiene el brazo levantado
ante cualquier ocasión.

De mañana se hace tarde
y de noche es inseguro,
cuando hace calor te arde
y si llueve te mojás;
el frío te paraliza
o tal vez estás cansado,
es mejor prenderse un faso
y hablar por el celular.

Viajás cómodo, sentado,
la radio en volumen medio,
para soportar el tedio
en esta inmensa ciudad;
parloteás con el tachero,
“gol”, “dinero”, “tiempo loco”,
y el tipo que se hace el coco
con una mina al pasar.

El chabón se desespera,
abajo la ventanilla,
y con medio cuerpo afuera
le convida una pastilla
de frambuesa y ananá.
Después se acaricia el jopo
y con tono seductor
la desviste de piropos
mientras me grita ¡frená!

Su corazón se acelera,
mezcla flores con envido
anda de yogurt vencido
y la percanta se va,
pero él vuelve a la carga,
se baja desesperado,
me suelta un par de billetes
y ni el vuelto va a esperar.

Acelero entre bocinas,
pero escucho el vozarrón,
un requiebro, otra lisonja…

Mejor doblá en esta esquina,
morocho de techo ponja.

miércoles, 24 de diciembre de 2008


2 – Sueños de juventud

Una nueva jornada en el taxi, tratando de tomarle el pulso a esta realidad diferente. Me quedé pensando en el inesperado viaje hacia la infancia, con el recorrido de sensaciones que eso implica. Trato de recordar cuáles eran las fantasías que proyectaba en aquel tiempo para mi mundo de adulto, y entre ellas no figuraba la de transitar esas mismas calles en el asiento del conductor de un taxi, que además alquilo por día a un valor altísimo. Sí apareció, como un destello que me convida la memoria, el placer que siempre me produjo manejar. Me veo, de pequeño, a bordo de un karting a pedales, esperando ansiosamente el momento de cumplir los 18 para obtener el registro de conductor. Ese momento llegó, tuve mi auto con una sonrisa que no me entraba en la cara, y después, por distintos motivos, estuve varios años sin manejar… Hasta ahora, que vuelvo a descubrir esa misma sensación fascinante, que tanto me ilusionaba en aquel karting azul.
Intuyo que esta vuelta por la niñez contiene varios mensajes: no olvidar los sueños y la lucha por conseguirlos, repensar los cambios laborales durante la vida, repasar los ascensos y descensos económicos que nos han tocado, y finalmente advertir que si bien la fisonomía del barrio ha cambiado, todavía es reconocible en sus aspectos más esenciales. Igual que la mirada de uno, ahora con más brillo y quizás –levemente– con algo más de sabiduría.
Hoy también quiero contar que me tocó crecer en una época en la que casi todas las personas trabajaban en un mismo lugar durante toda la vida. No importaba la tarea, oficio o profesión, porque casi era un orgullo jubilarse (qué tema) en el mismo sitio donde se había empezado, aunque el puesto o cargo fuera otro. Ahora eso ya no sucede, en gran parte porque la mayoría de las empresas o instituciones no duran tanto tiempo.
Es curioso: nos educaron para la permanencia y la quietud, en un país de constantes sobresaltos.
Debemos aprender a cambiar. Tenemos que cambiar el enfoque para poder cambiar. Es imprescindible que estemos dispuestos a cambiar.

lunes, 22 de diciembre de 2008


1 – Volver

Al principio tuve que acostumbrarme a la nueva tarea, pero casi todo se puede aprender. Muchas veces (acaso demasiadas) había sido pasajero en un taxi, pero era la primera vez que me subía en el lugar del conductor. Después de encender el motor, aprendí la primera rutina de rigor: destrabé el seguro de la puerta derecha trasera, encendí el reloj que ilumina la palabra “Libre”, encendí la radio, y me coloqué el cinturón de seguridad. Ya tenía preparado dinero de cambio, tanto en billetes como en monedas. Puse primera y salí a la aventura de poder descubrir nuevas historias, mientras seleccionaba una FM de tangos y el aire acondicionado derrotaba por un rato el tórrido clima.
El primer pasajero apareció rápidamente, mucho antes de lo esperado. Para él sería un viaje más; para mí era el inicio de una nueva etapa.
Al comienzo de la jornada me costó diferenciar las manos alzadas que estaban destinadas hacia mí, porque entre la novedad, la ansiedad y la necesidad, cualquier señal –por imperceptible que fuera– hacía que inmediatamente me aproximara y detuviera el auto. Las mayores confusiones surgían de aquellos que esperaban algún colectivo, porque si bien la mayoría en esos casos levanta la mano bien alto, otros realizaban un movimiento desganado y corto que podía interpretarse como dudoso. Lo más gracioso (y frustrante a la vez) ocurría cuando alguien hacía algún ademán de saludo, o se llevaba la mano hacia la cabeza para arreglarse el cabello, o se desperezaba por el sueño, y uno se detenía –muy servicial, por cierto– con el propósito de sumar un viaje más a la cosecha diaria. Ante esas evidencias, no hacía falta aclarar ante nadie que yo era nuevo en el gremio, y que el reconocimiento de algunos códigos llegaría con más kilómetros de aprendizaje.
Sin embargo, quizás por la suerte que acompaña a todo principiante, el trabajo se hizo intenso con el correr de las horas. Al promediar la tarde, una mujer joven me indicó que primero debíamos pasar por determinado sitio a buscar un juguete, y luego debía llevarla a otro lugar. Así ocurrió, y esperé a que regresara al auto con una enorme caja en la primera escala. Mencionó entonces la dirección a la que deseaba trasladarse, y por un instante me quedé sin reacción. Ella, muy amable, reiteró el pedido ante la sospecha de que no le hubiera entendido, y yo emprendí el camino en medio de nostálgicos recuerdos. No sólo me llevaba al barrio de mi infancia (que hace muchos años no visitaba), sino que cuando descendiera íbamos a estar a sólo una cuadra de la casa que me cobijó durante buena parte de la niñez y la adolescencia. Mientras nos íbamos aproximando resultaba inevitable repasar fragmentos de mi vida, y hasta me pareció verme de pequeño en esa esquina hasta la que mi madre me acompañaba cada mañana a esperar el colectivo para ir a la escuela.
Llegamos, y la mujer joven se dispuso a descender del auto mientras maniobraba con cuidado aquella caja con el juguete. Había preparado el dinero para abonar el viaje, y yo giré apenas hacia atrás con una sonrisa. Ella me devolvió el gesto, creyendo tal vez que mi contento se debía a que me había pagado con cambio, o que me había enternecido con semejante despliegue para el regalo que tanto cuidaba. Nos saludamos. No pude decirle que en realidad le agradecía que me hubiera llevado de paseo por mi pasado más remoto. Después transité esa cuadra con amor y prudencia…, y me dejé ganar por la emoción.