martes, 24 de febrero de 2009

15 – Barrio de tango

Hay determinados horarios del día en los que se trabaja relativamente bien: los viajes se encadenan y uno no tiene tiempo para aburrirse.

Pero luego sobrevienen las mesetas, con prolongados y cansinos períodos. Uno maneja muy lentamente, integrado en la caravana de la suerte, esperando pasar por el lugar adecuado en el momento exacto.

Hay quienes utilizan estrategias o “picardías” para salir de la morosidad. Algunos doblan para escabullirse de la hilera fatal, pero a veces ingresan en otra. Están los que simulan una demora todavía mayor para forzar que el corte de semáforo los deje ubicados en el primer lugar de la esquina, pero el pasajero justo elige el segundo o el tercer taxi. Otros, plantean teorías supuestamente infalibles en las que convergen horarios, estadísticas, zonas y datos del clima, pero en vez de llevar pasajeros tienen tiempo para referirnos esas historias en un bar.

Yo, que no me puedo sacar cierto sentido romántico y nostálgico de la vida, cada vez que el trabajo se empantana, viajo literalmente al barrio de mi infancia. Y allí –o en el camino– aparece alguna persona dispuesta a subir al taxi.

En esas ocasiones, mientras manejo, sobrevienen recuerdos familiares, amistosos, de esquinas, de amores y desengaños. En realidad, creo que voy a buscar refugio, o tal vez a visitar al niño que fui, para decirle al oído que el futuro ya llegó, que observar a la gente por la calle es como ir al cine gratis todo el tiempo, y que la clase media no existe: son los padres.

Y después, me voy cantando bajito, como en un sueño…, que no me deja dormir.

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