viernes, 6 de febrero de 2009

13 – Tomo y obligo

Los taxis deberían venir equipados con un baño químico, una manguerita..., no sé, algo que permita satisfacer rápidamente el irremediable deseo de orinar del chofer. Cuando uno está tantas horas arriba del auto y comienza a sentir que la vejiga se expande, sobreviene un oleaje desesperado que inunda la razón. Lo único que uno desea en ese momento es encontrar un lugar propicio para hacer la escala técnica de rigor y proseguir con la jornada laboral.

También se plantea una situación contradictoria, porque cada persona que está parada en la vereda es un potencial pasajero, y uno espera –ansía– que esa mano se levante, que exista alguna señal que colabore en asegurar el sustento diario. Pero cuando la mente está obnubilada por la vejiga crecida, uno no sabe si desear que ese viaje se concrete o no. Por un lado están los mangos, pero también sobrevuela la sensación de que no nos vamos a poder aguantar.

Es una fija: cada vez que necesitamos orinar de forma imperiosa y buscamos la estación de servicio salvadora, aparece un pasajero. Y no es un viaje de veinte cuadras, sino uno que nos hace cruzar la ciudad, que nos conviene económicamente, pero al mismo tiempo nos pulveriza en esos 27 minutos fatales. Parece que fuera a propósito, como una jugarreta cotidiana que nos pone a prueba, pero la mayoría de las veces sucede así.

Por supuesto, la necesidad manda y hay que asegurar el billete.

Casi pálidos y retorcidos en la butaca, hacemos el viaje que no está exento de calles cortadas, embotellamientos de tránsito, piquetes y otras demoras.

Pero hay algo peor: durante el trayecto, para contener el tsunami urinario que se avecina, nos gustaría poder cruzar las piernas. Por el contrario, debemos moverlas muchas veces y hacer presión con ellas, porque los tres pedales esperan allí, ajenos a nuestras necesidades más elementales.

El peor corolario de esta secuencia ocurre cuando el pasajero por fin desciende en una zona poco transitada, y antes de que cierre la puerta para habilitar nuestra rápida huída, otra persona se para al lado del auto dispuesta a subir.

Y allí comienza otra vez la historia, con toda nuestra humanidad a punto de explotar.

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