lunes, 8 de noviembre de 2010

29 – El sueño del pibe

Cada vez que los adultos suben al taxi con niños, tengo la secreta esperanza de sorprenderme con sus ideas, ocurrencias y comentarios (me refiero a los chicos). Y así sucede, con esa maravillosa espontaneidad que les brota por los poros, con ese infinito sentido de justicia que se les escapa de los gestos, con esa dulce lógica sólo acariciada por la ternura y la ingenuidad. El problema comienza cuando uno también escucha los mensajes que provienen de “los grandes” que los acompañan, aquellos que son divisados –hasta cierta edad– como héroes ejemplares, como modelos a seguir. En principio, se advierte en general que los escuchan poco y que cuando se deciden a hablar, las consignas son poco menos que temerarias. Los insultos, las descalificaciones, las burlas, las humillaciones y las amenazas, están a la orden del día con un grado de crueldad apabullante. Los tonos son imperativos y los contenidos extremadamente cavernícolas.

Los ejemplos son múltiples y aquí van solamente algunas macabras frases escuchadas por mí con gran estupor:
“¡Si no parás de molestar, voy a llamar a la policía para que te lleven preso!”.
“Te bajo en la esquina y te quedás sola, eh”.
“¡Dejá de llorar, maricón!”.
“¡Basta de galletitas; si seguís comiendo vas a reventar de lo gorda que estás!”.
“La verdad que no sé para qué te tuve; tan tranquila que estaba…”.

La mayoría de las veces, a estas bestialidades las sigue el silencio y la angustia, pero también existen algunos indicios de defensa por parte de los más pequeños:
– “¡Mirá que te pego, eh!”.
– “¿Ah, sí? Y yo te denuncio”.

O también:
– “Pero por qué no te suicidás…”.
– “Bueno, pero explicame qué quiere decir”.

Además de chirlos, tirones de pelo, tirones de oreja y algún cachetazo, lo que estos trogloditas también suelen hacer es tratar de buscar algún grado de complicidad con el conductor (el que suscribe), con frases del tipo “uy, qué va a decir el señor, seguro que ahora se va a enojar” y por supuesto no logran ni medio gesto de mi parte para amparar semejantes barbaridades. Por el contrario, cada vez que puedo meto un bocadillo demoledor, finjo no entender pero queda clarísimo que entiendo, o menciono a Unicef.
Sin embargo, siempre me quedo pensando en cómo seguirá la vida de esas niñas y de esos niños, y si es verdad que tanto la paz como la guerra se originan en cada casa, quizás no debamos sorprendernos si algunos conflictos aumentan ostensiblemente dentro de quince o veinte años.

Mientras tanto, todos deberíamos hacer lo humanamente posible para que se puedan desterrar estos abusos verbales, físicos y emocionales, que van sembrando los peores resentimientos en aquellos que están descubriendo el mundo.

Para conocer los derechos de las niñas, niños y adolescentes, ingresar en:
http://www.unicef.org/argentina/spanish/presentacion.swf

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