domingo, 31 de octubre de 2010

28 – El corazón al sur

“Fuerza” y “Gracias” fueron las palabras más escuchadas en los últimos días, junto a una inmensa movilización popular que reflejó la memoria, la emoción y el compromiso.

Se recordaron los hechos –heroicos, simbólicos, aguerridos– más que los discursos, en un país tristemente acostumbrado durante décadas a frases huecas, a promesas vacías, a dichos de ocasión que se evaporaban con rapidez apenas finalizaban los comicios. Pero ahora las palabras tenían forma humana y los acontecimientos una dimensión sólo astillada por el dolor.

Fuerza y Gracias, con el esperanzado aire fresco del pueblo en la calle, con los ideales en alto de los más jóvenes, en un oleaje que habrá espantado a más de un columnista televisivo ante la imagen de una ciudad vista como “endemoniada”, porque para algunos sectores, la espontánea y masiva movilización de los ciudadanos tiene algo de demonio, de incorrecto, de “aluvión zoológico” que los desespera, porque no lo pueden controlar.

Fuerza y Gracias. Y Cuidado: también hay gente que lamentablemente está festejando, que se abraza, que descorcha, que aplaude con otras intenciones, que se encolumna entre los parientes ideológicos de los que en otra época vivaban el cáncer; de aquellos que esperan que la enfermedad o la muerte ajena suplanten su propia incapacidad, porque por más que lo intenten, no se les cae una idea ni haciendo la vertical.

Fuerza y Gracias. Y Atención: las bestias carroñeras siguen acechando, dispuestas a enumerar los ingredientes de la receta y a devorarse lo que encuentren a su paso. Y si fuese posible, después de saciarse hasta el hartazgo, mojarán el pancito, lo frotarán con devoción por el plato y lo pondrán frente a la cámara para demostrar de qué manera multiplican la imagen que los muestra babeándose mientras el juguito salpica, apenas, la camisa propia hecha a medida con monograma bordado al tono, en medio de una carcajada estentórea y un provechito.

Fuerza y Gracias. Y Equilibrio, porque merodean los rottweilers de adentro y de afuera. Los primeros son bastante visibles: llevan mucho tiempo con la cadenita al cuello y la chapa con nombre, apellido, dirección, código postal y grupo sanguíneo preferido. Los otros deberán elegir rápidamente de qué vereda quieren estar, porque ya intentaron desmarcarse, cortarse solos, exigir protagonismo, coquetear y fingirse malabaristas.
Mientras tanto, en el entorno más cercano, debería haber espacio para fluir, para construir puentes en vez de cercos, para que el amor y el cuidado no se transformen en sobreprotección y aislamiento.

Mañana será un nuevo día, muy distinto y aún doloroso, pero tendrá renovadas fuerzas para seguir luchando por aquellas utopías que se advierten cada vez más nítidas en el horizonte.

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