viernes, 10 de julio de 2009

24 – Tu diagnóstico

Desde hace más de veinte días, el tema casi excluyente que obsesiona a los pasajeros está vinculado con la gripe A. Durante más de diez horas por día escucho todo tipo de comentarios acerca de los síntomas, prevenciones, barbijos, alcohol en gel, estadísticas, vacaciones anticipadas y guardias médicas, además de una variada gama de teorías conspirativas con respecto a las motivaciones para no difundir los datos “reales”, que van desde los gobiernos de más de 120 países, la Organización Mundial de la Salud, los medios de comunicación y los laboratorios, hasta organizaciones terroristas internacionales, espías, bancos, el Fondo Monetario Internacional, agentes de inteligencia, hackers y extraterrestres.
Todos parecen ser médicos, historiadores, expertos en geopolítica, presidentes de organizaciones no gubernamentales, economistas, bioquímicos, funcionarios públicos y detectives.
Todos tienen por lo menos un amigo que posee información secreta de primera y que se las confió exclusivamente a ellos.
Todos conocen a alguien que se las sabe todas, que la conoce lunga, que les bate la justa, aunque la historia que repiten sea de lo más absurda e hilarante.
Todos reciben “el” dato de alguien que vive en el exterior y que conoce lo que aquí no se difunde, debido a supuestas censuras, presiones de grupos de poder, amenazas corporativas y bloqueos tecnológicos segmentados en el flujo globalizado de las noticias.
Todos intercalan, cada dos oraciones, la palabra Tamiflú.

Una mujer llegó a decirme muy seriamente que había juntado firmas entre las madres y padres de sala violeta del jardín de infantes donde concurre su hijo, para que las docentes se abstuvieran de cantar El payaso Plin Plin, por considerar que la última estrofa podía ser nociva para la salud de la comunidad educativa de la institución.

Lo peor es que cuando uno se baja del taxi, continúan los comentarios sobre el tema en la radio, la tele, la calle, los negocios, y resulta difícil sustraerse a la insistente paranoia generalizada.

Hace tres días tuve que ir a hacer un trámite y mientras subía en el ascensor de una empresa, un tipo estornudó. Cuatro personas se dieron vuelta, como eyectadas por resortes, y lo miraron al señor con una ferocidad tan demoníaca como si estuvieran delante de un asesino serial. Se contuvieron de increparlo, denunciarlo y desearle que fuera sometido a comparecer ante el tribunal más cercano a su domicilio en el marco de un juicio oral y público, y no hubieran dudado en lincharlo ante las cámaras de Crónica TV.

En una de las oficinas había una señora con barbijo y era observada con asquito por la mayoría de la concurrencia, que hacía recorridos extraños sólo para pasar lo más lejos posible de “la infectada” y así poder cumplir a rajatabla con las precisas indicaciones de reivindicar el aislamiento social que preserve la tranquilidad de la población.

Como en una novela de Saramago, alguna peste masiva desnuda lo más deleznable del género humano. Y después, sólo algunos logran advertir que lo peor no estaba en los síntomas febriles…

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