martes, 19 de mayo de 2009

23 – Responso

Dejé a un pasajero, por Bartolomé Mitre, en la estación de trenes de Once. En la esquina doblé hacia la izquierda y la infancia se me vino encima. Con todo el “debate” generado por los carrilles y algunas modificaciones en el sentido de las calles, no había reparado que cuando yo era chico, la Avenida Pueyrredón también era doble mano. Igual que ahora.
Inmediatamente recordé que –de pequeño– yo debía viajar varias veces por semana hasta Palermo, y entonces tomaba el 132 hasta Once, y luego el 64 o el 68. Y cuando hoy doblé por Pueyrredón, fue como entrar en el túnel del tiempo porque vino a mi memoria un día como hoy, pero hace exactamente 34 años.
Era el cumpleaños de mi madre y mientras yo seguía con la rutina de ir hacia Palermo, esperaba regresar pronto a mi casa para festejar su día con ella. Pero cuando el 132 dobló por Pueyrredón y me bajé exactamente a mitad de cuadra, en la puerta de Banchero, noté que varias personas lloraban por la calle. Al principio no entendía lo que pasaba (para mí era un día de fiesta), aunque a los pocos minutos me topé con la portada de los vespertinos que anunciaban la muerte de Aníbal Troilo. Me subí al 64 como un autómata. Estaba aturdido, angustiado; no podía ser verdad. Pichuco, el que cerraba los ojos para regalarte el alma mientras acariciaba el fuelle, ya no se iba a despertar de ese sueño musical que derramaba entre la gente.

Yo sólo era un pibe que paladeaba tangos y que esperaba regresar pronto para abrazar a mi mamá. Y ese día, no pude evitar sumarme con un par de lágrimas al silencioso coro popular.

Hoy volví a quebrarme al recordar en un giro que no transitaba desde hacía mucho tiempo, aquella tarde con las emociones a flor de piel...

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